Viaje al centro de la tierra (Ceremonia de Ayahuasca) por Vico
Imagen: Dani Rivas ¿Cuántas veces nos nacemos? ¿Qué días nos morimos? ¿Cuándo fue la última vez que renacimos?
Superar los prejuicios
Tenía miedo, miedo a no volver, miedo de los relatos de otros, miedo de las advertencias. Confiaba en los Caminito Rojo – Oaxaca, en su recorrido y sobre todo en su respeto por la medicina de la tierra. Mario me alentó, “Es la diferencia entre ir a una montaña con alguien del lugar o ir solo. El guía conoce la montaña, su rol es llevarte, señalarte los peligros, cuidarte y traerte de regreso a salvo. Si te sumergís solo en la montaña podes ir y volver, o podes perderte”. El guía es el marakame, un hombre de tradición. Llegó la noche del sábado. Una casa con un gran parque, un árbol, las estrellas y la inmensa luna, cuidadora, maestra, guía de guías. Bajo techo una ronda de mantas, de camperas, de bolsas de dormir. Nos esperaba una larga jornada de trabajo, de encuentro con la Abuelita, con la Ayahuasca. El marakame tardo en llegar. Desde la tarde que me costaba controlar el sueño, me sentía profundamente cansada. Cansancio viejo, cansancio de quien se entrega a algo más grande, como la tierra, las plantas. Me dormí antes de empezar y desperté con la sonrisa de una hermana avisando que el guía había llegado.
Inicio de la ceremonia
Nos dispusimos en ronda para recibir algunas palabras de Pedro. “Quien esté aquí por curiosidad, se puede ir” sentenció. “Somos pocos los privilegiados que recibimos la bendición de encontrarnos con esta medicina de la tierra” “Vivimos en una sociedad muy confundida, con muchos males. Los hombre no pueden con una mujer y quieren dos” “Las plantas están abriéndose para ayudarnos a sanar”. Nos miraba fijo, a cada uno, con la dureza y la ternura de los ojos indígenas. En silencio, entre risas si hacía un chiste, lo escuchábamos. Dos de los Caminito… se detenían en cada uno de nosotros con su copalera encendida para limpiarnos, mientras Pedro terminaba de preparar la medicina (la ayahuasca es la combinación de dos plantas). La reza, la revuelve, la prueba. En fila, primero las damas. En la cola, respiro, confió, le pido a la planta que me cuide, que me guie con dulzura a esos rincones donde se encuentra lo que necesito para sanar. ¡Adentro y sin respirar! Como cuando era niña, nunca deguste el jarabe. Cubierta de cielo me senté en una hamaca y volví a pedir un viaje en armonía. Repase mis motivos para ser parte de esa ceremonia de sanación. El pedido fue que nos moviéramos en determinado espacio. La casa, el parque eran mucho más grandes pero, a pesar de que el proceso y gran parte de la ceremonia es individual, estábamos juntos y así teníamos que mantenernos hasta el final de la jornada. Sentada escuchaba a los primeros que se aliviaban. Verbo mágico para nombrar el acto de vomitar. Acto que me provoca tanto rechazo pero que en este contexto se convertía en una bendición, en la posibilidad de renovar. Eran muy fuertes los ruidos que escuchaba y por momentos sentía que me invadía un miedo. Fue el momento en que comenzaron a brotar las herramientas: un rezo, una respiración, un símbolo, una imagen que me recordara el poder que habita en mí. Camine alrededor del árbol y llegaron mis ganas de aliviarme. Con más paz en mi estomago me acerque a la luna y me puse a bailar, despacito, muy suave, con la música que vibraba adentro mío. Hable con mi hermana, nos reímos a los ojos. Nos reímos como herramienta para exorcizar los miedos, las tristezas. Me senté frente al árbol y ahí empezó a suceder. La mirada se ampliaba, los colores se intensificaban, la tierra latía y yo la percibía. Cerré los ojos y me hundí en el centro. Vi formas, colores y movimientos únicos, que habitan mi ser desde otros tiempos. “Si no puede caminar, puede gatear. Si no puede gatear, se puede arrastrar”, frase que me acompaña desde la anterior ceremonia, frase de una mujer medicina. Fuerte, intensa, sabia, de mirada que atraviesa pupilas, dulce frente al débil. Me arrastre hasta acomodarme frente a una mamá que daba la teta a su beba Bico. Paradojas del destino. Lloré, lloré, lloré. En posición fetal, lloré. Lloré cubierta de mantas, repleta de frío, lloré sola, lloré observando. Observaba que la mayoría de los hombres que participaban de la ceremonia estaban muy violentados, gritaban, se revolcaban. Uno de ellos comenzó a lanzar agravios a las mujeres, a nadie en particular, hablaba con él, con sus ellos, con sus ellas. Y otra vez mis herramientas de protección, de vieja guerrera, de guardiana. Comenzó a dolerme mucho la cabeza. Pedí ayuda. Pedro se acercó y comenzó a hablarme, me dijo que era parte, que la medicina sabe a dónde ir para sanar, me dijo que las mujeres somos fuertes, me pregunto desde hacía cuanto que estaba en México, que volviera a casa que me esperaban, que allá me amaban. Me invitó a descansar. Sus palabras me daban paz, la aureola de luz que lo bordeaba me confirmaba el sentimiento. Vinieron a buscarme. Era hora de “la limpia”. Era hora de bajar de la montaña. Me reincorpore y me di cuenta que no podía, necesitaba ir al baño, pero ni arrastrando era posible. Se acerco mi hermana y me levantó. Caminando despacio me desvanecí y me volvió a levantar. Había que llegar al baño. Continuaba limpiando lo viejo, lo mío, lo de otros, mi árbol, mis pechos, mis úteros, mis mujeres, mis madres y mis padres, mis hombres. Todo lo que habita en mí. Había que volver a la ronda de limpieza, insistían. Hay distintas formas, escuelas, modos de acercarse a la medicina de la tierra, a la sabiduría de la planta. Lo que a mi puede parecerme poco atento o rígido es parte de un hacer distinto que viene de antes, cargado de tradiciones, de concepciones del mundo diferentes a las mías. Había aceptado ese contrato y como sea tenía que volver a la ronda, respetando mi necesidad y respetando la de los otros. Difícil equilibrio. Ronda de mujeres frente al fuego, ronda de canto, copal, esencias. Ronda para volver. Mi cuerpo seguía. Me fui a acostar a mi lugar inicial en la ronda de mantas. Seguí aliviándome, aliviándonos. Cerré los ojos, volví a las formas que me habitan. Estuve con ellas un largo rato. Abrí los ojos y el mundo era algo nuevo. Un pequeño hueco en la infinidad de cobijas que cubrían mi cuerpo me permitía verlo (al mundo). Me había muerto y volvía a abrir los ojos. Era una oruga, un proyecto de mariposa. Estaba adentro de algo, estaba débil. Afuera preparaban platos de fruta para comer. Necesitaba alimentarme, hacía horas que no comía. Podía pedir, pero sabía que era yo la que tenía que ir a buscar mi alimento, era yo la que tenía que pararme despacio, pedirle ayuda a mis piernas para volver a pararme, respirar, respirar. Tenía que nacerme.
Volver a casa
Camine hasta la comida para redescubrir sabores, formas nuevas de habitar el mundo, de mirar, de hablar con otros. Sentí el balbuceo de las primeras cosas, de descubrir la vida, de preguntar por qué, de la extrañeza ante todo, de lo familiar de la muerte. Pregunte a un sabio hombre por qué a los varones la Abuelita (ayahuasca) los regañaba tan fuerte. Me explico que nosotras tenemos la posibilidad de conectarnos con la vida y la muerte, con la luna, con la tierra cada mes. Que estamos más cerca de nuestros sentimientos. Que ellos tienen que cumplir con exigencias que los separan de su ser. Recordé una frase “La fortaleza del débil”. Salió el sol y allá fui con él para recibir su luz y su calor. De a poco iba encontrando eso que me devolvía, que me recordaba el sabor del mundo conocido. Si el sol se iba me invadía una angustia. Pedí ayuda. Ante lo desconocido siempre pedí ayuda y siempre hubo alguien dispuesto a dármela, a brindarme tranquilidad y la sabiduría de la experiencia. “A mi también me pasaba. Lo bueno es que podes moverte, busca el sol si te hace bien” y allá iba. Descubría mi cuerpo, mis piernas, mi rostro, mis manos, el pasto, los hilos que unen cada hoja con otra y otra más. Sentía miedo y volvía a pedir. Como un niño me enfrentaba con lo nuevo y necesitaba que alguien me recordara aquellas herramientas que me habitan. “La medicina saca afuera los miedos, vos tenes que darles cause, transformalos” todo lo que salía estaba adentro mío, de alguna forma lo conocía. Poco a poco la percepción volvía a ser más familiar. Me había enfrentado a mí, había conocido rincones que nunca vi. Sabía lo valiente y lo niña, lo mujer y lo hombre. Sabía la muerte y la vida, sabía la luz y la sombra. Sabía nacerme. Volvimos en taxi a la casa donde estábamos viviendo. Desde el asiento de atrás miraba por la ventana, reconocía el mundo. Me detuve en el espejo retrovisor. Encontré mis ojos brillantes, latiendo.
Te recomendamos escuchar los siguientes programas de Conectadas donde Mariela Parodi entrevisto a Facundo Tao sobre las ceremonias y la planta de ayahuasca. Conectadas se emite en Vivo todos los Viernes a las 11am Arg. (repeticiones Viernes 20hs.-Sábados 13hs-Martes13hs). En el programa Clan o Linaje Victoria Santagada relata esta nota con toda la emoción de la vivencia Podés escucharlo en linea o descargarlo.