Manos que reciben al mundo
Oaxaca es una ciudad rodeada de cerros. Cerros con pisos de tierra seca, casas bajas, espinillos y algún que otro árbol para aflojarle al sol.
Salimos desde San Pablo Etla caminando a Trinidad de Viguera. Es poco menos que una hora a pie. La excusa: conocer otros cerros; el objetivo: Lucy.
Hacía semanas, meses que Julieta quería contactarse con ella, había llegado hasta la puerta dos veces y nunca la encontró. Le dijeron que estaba muy enferma y que había estado hospitalizada.
Lucy sabe algo que nosotras necesitamos.
Tocamos el timbre del gran portón celeste. Esperamos. Volvemos a tocar. Pensamos que tal vez murió.
En la misma cuadra, el único local abierto al mediodía es un kiosco montado en la sala de estar de una pequeña casa. Preguntamos por ella.Una joven nos dice que está ahí pero que tocáramos fuerte la puerta porque “el terreno es largo y son dos viejitos que no escuchan bien”.
Golpeamos la chapa con fuerza y los perros empiezan a ladrar. Sale una chica más joven y más tímida que nosotras. Nos pide que esperemos.
Abre la puerta con una sonrisa, Lucy nos recibiría. Entramos pidiendo permiso y ahí está la pequeña mujer de ojos viejos, nariz ancha y pelo color nubes. Julieta se sienta en la orilla de su cama y yo arrimo una silla. Observo, en algún lugar siento que estoy siendo testigo de un encuentro que no me pertenece.
“La próxima vez toquen la puerta más despacio porque los perros se alteran”, regaña y manda a traernos dos aguas de sandía.
Lucy es una verdadera leyenda, hace cincuenta años que sus manos reciben al mundo. A los treinta y tres recibió a la primera mujer en su casa para “aliviarse” en el piso de tierra de ese cuarto donde ahora hablábamos con ella.
Esa mujer fue la primera de más de trescientas que parieron allí. En las buenas épocas, “Salían una detrás de la otra”. Hoy apenas la visitan para alguna consulta, su cuerpo ya no le permite trabajar, el hospital la devolvió con una pierna menos.
Lo de Lucy es un verdadero alumbratorio. Ella misma lo es, luego de dar a luz a doce hijos. Todo en Lucy es enorme, menos su menudo cuerpo.
Preguntamos y ella contesta mientras intenta, sin éxito, enhebrar una aguja para su bordado. Le ofrezco mi ayuda mientras el encuentro se relaja cada vez más. Para ese entonces Julieta está semi acostada en la cama y ha sido modelo de los movimientos básicos para acomodar un bebé cabeza abajo. Unos suaves golpecitos en la barriga, una leve sacudida, faja bien fuerte debajo de los pechos y fe. Mucha fe.
Los médicos de los alrededores hacían observaciones en lo de Lucy, era una profesional muy respetada. “Se ponían en una esquina y miraban”, una esquina de un cuarto de cuatro por cuatro que hacía poco estrenaba su piso de cemento.
Las atendía en su propia cama, seguía el proceso mes a mes, hasta que llegaba la hora de acomodar al bebe y luego de alumbrar. Con el hule en la cama, “porque es mucha la sangre que se pierde”, realizaba un tacto y con su dedo índice media, según cuántas falanges la distanciaban de la pequeña cabeza, cuánto era el tiempo que faltaba para nacer.
Tres días de caldo y grandes tazones de leche bastan para que las mamás vuelvan a casa con su pequeño amarrado a la espalda.
Ningún niño nació muerto, ninguna madre murió….¿su secreto? Dios.
Orar y pedirle a Dios la protección para asumir los peligros de su labor.
Dios y un don.
Un día llamaron a su puerta. Venían del Hospital de Viguera, querían que formara parte de su equipo de maternidad.
Lucy además es enfermera.
No duró mucho. “Me impresionaba tanto el maltrato con que abordaban a las mujeres. ¡Cómo les abrían la panza! Les cosían los desgarros como si fueran bofes echados a perder”.
En 2012 el porcentaje de nacimientos por cesárea en el sector público de Oaxaca era del cincuenta y uno por ciento. Cifra que superaba, no por mucho, al porcentaje nacional de México, cuarenta y cinco punto dos por ciento. Números que se elevan aún más en el sector privado, ochenta por ciento.* Números que pueden encontrar un origen en la retribución monetaria de una operación así.
El problema no es la cesárea, el problema es la desconexión.
Lejos del discurso científico, más cerca de Dios.
Lejos del discurso progresista, mas cerca de la necesidad.
Lejos del discurso feminista, mas cerca del machismo.
Lejos de los libros, más cerca de la experiencia.
Lejos, en México, bien cerca del corazón.
Lucy nos pregunta si creemos en Dios, Julieta, astuta, dice rápidamente que sí. Yo me pongo a teorizar sobre otras posibilidades de algo más grande pero con otro nombre. Ante mi insolente herejía, toma su biblia forrada de una cubierta de cuero negro y selecciona un versículo de esos que nombran el infierno y todas las cosas que en él se queman. Nos tomamos las tres de la mano, cerramos los ojos y la enorme Lucy le pide a Dios que nos cubra bajo su manto, que nos proteja, que nos reciba.
De primera rechazó nuestro pedido de filmarla, filmar el encuentro. Así que después de una hora de charla, después de igualarnos ante Dios, le pedimos un mensaje para las mujeres. Le contamos que nos preocupa el negocio de parir, el negocio de rajar la panza y con la firmeza de su voz aguda:
–Yo aconsejo a todas las mujeres que no se dejen hacer cesárea, porque las mujeres sabemos parir. Las mujeres somos muy valientes pero ahora ¿qué hacen los doctores? Ya no quieren sufrir con una parturienta, le rajan la panza. Eso es lo único que hacen, rajarles la panza para que saquen a ese bebe y no debe de ser así porque nosotras somos muy valientes. Nosotras nos hemos aliviado allí en el suelo, en un pedazo de petate, en un pedazo de cobija, y no tenemos para nada dinero para pagar un parto. Ahorita lo que hacen es irse a un hospital y en el hospital ¿qué hacen los doctores?, ´no puede nacer, no puede nacer´, ¿pero qué pasa? Como no dejan a la mujer que haga su fuerza le rajan la panza y con eso ya esta, y si no le rajan la panza, le cortan la vagina. ¡Cuánto sufrimiento hay para la mujer! ¡Cuántos dolores después de tanto dolor que tiene en el parto! Entonces piensen mujeres jóvenes y señoras que están teniendo hijos, no se dejen operar, no se dejen rajar la panza porque nosotras como mujeres que somos tan machas, podemos parir un hijo así nada más. ¡Pero eso si! Les pido que se tomen su acido fólico y su ferroso para que ese niño, sus huesitos, este bien, bien hechos. Y no se dejen que los doctores les digan ´tienes peligros´, porque yo he recibido más de trescientos niños aquí en la casa de Trinidad de Viguera. He recibido trescientos niños y primerizas y no primerizas y aquí tuvieron su bebe normal y no les paso nada a nadie, todos fueron normal. Ya las mujeres no tienen hijos como los teníamos antes. Antes amarraditas de la cintura, con un ceñidor y así paríamos a los bebes. Ni sabíamos si venía de cabeza ni venia cómo, pero ahora no. Ahora es pura cesárea (…) ¿Qué más les digo?”
–Si usted quiere agregar algo más lo que quiera y sino hasta aquí es un super mensaje.
–¿Le digo que nació una niña con dos cabezas?
……
Diciembre 2015, Oaxaca, México
*Fuente: CimaCNoticias, periodismo con perspectiva de género. México 28/01/2013 https://www.cimacnoticias.com.mx/node/62455
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